La Extraña Transformación
Todo comenzó de repente, como si fuera una pesadilla que se hizo realidad. Aquella noche, después de un día agotador, decidí mirarme al espejo para desmaquillarme antes de ir a la cama. Pero lo que vi en el reflejo me dejó petrificada.
El Rostro Desfigurado
Mi rostro ya no era el mismo. Mis ojos estaban hundidos y sin brillo, mi piel pálida y desgarrada. Mis labios estaban cubiertos de costra y sangre seca. Era como si hubiera sido arrastrada por la muerte misma y regresara como un ser de ultratumba.
El Cuerpo Decadente
Al mirar hacia abajo, vi que mi cuerpo también había sufrido una terrible transformación. Mis brazos estaban cubiertos de cicatrices negras y mis uñas eran largas y afiladas como garras. Mis piernas eran delgadas y huesudas, con la piel desgarrada y manchada de sangre.
La Sensación de Horror
Me miré al espejo una y otra vez, sin poder creer lo que veían mis ojos. Me toqué la cara, la piel fría y sin vida. Sentía un frío intenso recorrer mi cuerpo, como si estuviera muerta pero aún consciente de mi existencia.
La Desesperación
Intenté gritar, pero solo pude emitir un gemido gutural y siniestro. Mis manos temblaban al intentar tocarme, sintiendo la putrefacción y la decadencia que me consumían por dentro. ¿Cómo podía haberme convertido en algo tan grotesco?
La Realidad Ineludible
Acepté finalmente que algo terrible había sucedido. Quizás había sido maldita, quizás había sido poseída por una fuerza maligna. Pero lo que era seguro es que ya no era la misma persona que solía ser. Ahora era un ser de la oscuridad, un ser condenado a deambular en la eterna sombra.
La Conclusión Fatal
Me alejé del espejo, incapaz de soportar la visión de lo que me había convertido. Salí corriendo de la habitación, con la certeza de que mi destino estaba sellado. No había vuelta atrás, no había forma de volver a ser quien era antes.
Y así, me enfrenté a mi nueva realidad, a mi nueva existencia como un ser zombi. ¿En qué me he convertido? En la personificación del terror, en la encarnación del horror. Y ahora, debo vivir con la certeza de que estoy condenada a vagar por la eternidad, como un recordatorio de que la vida y la muerte son dos caras de la misma moneda.