El bosque se escondía en una densa oscuridad, solo perturbada por la luz de la luna que se filtraba entre las ramas. Los árboles, retorcidos y envejecidos, parecían susurrar secretos a medida que el viento pasaba por entre ellos.
En ese lugar inhóspito, emergió una forma siniestra y aterradora. Una criatura con aspecto de ramas secas tomaba vida entre la maleza. Sus extremidades retorcidas crujían a cada paso, como huesos quebradizos, y dejaban huellas ennegrecidas en el suelo húmedo.
El aura maligna que rodeaba a esta criatura era palpable. Su piel, formada por ramas entrelazadas, creaba una silueta espeluznante. A medida que avanzaba, parecía desaparecer y fusionarse con la vegetación circundante, convirtiéndose en parte del bosque.
Un escalofrío recorría la columna vertebral de cualquier testigo desafortunado que se encontrara con aquel ser enigmático. Sus ojos brillaban con una luz maliciosa proveniente de lo más profundo de su ser, una mirada cargada de maldad que no dejaba lugar a ningún escape.
La criatura había sido creada por fuerzas antiguas y desconocidas. Parecía haberse alimentado de la oscuridad misma, otorgándole una agilidad sobrenatural. Sus movimientos eran tan sigilosos como las sombras, desplazándose sin emitir ningún sonido, excepto el crispante roce de sus ramas.
A medida que se adentraba más en el bosque, la atmósfera se volvía más densa. Los pájaros dejaron de cantar y el viento cesó. Era como si el bosque mismo temiera su presencia, como si supiera que se avecinaba el caos.
Algunos afirmaban haber escuchado lamentos y susurros entre los árboles cuando la criatura estaba cerca. Otros aseguraban haber vislumbrado sombras retorciéndose en la oscuridad, como si las ramas cobraran vida propia.
Los pocos supervivientes que se encontraron cara a cara con la criatura describieron un olor rancio y putrefacto emanando de ella, como si llevara consigo la podredumbre de los bosques olvidados.
En esa terrorífica figura de ramas secas, se podía sentir el mal ancestral y la desesperación acumulada durante siglos. Un recordatorio de que en lo más profundo de la naturaleza, yace la oscuridad más pura y terrorífica.
La criatura continúa su vagar en el bosque, esperando a que alguien se adentre en su dominio para dar caza a su siguiente víctima. Quienes han sobrevivido a su encuentro tienen las cicatrices tanto físicas como mentales para recordar que nunca se debe subestimar la terrorífica belleza que puede cobrar vida en los lugares más tenebrosos.