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La pesadilla del cazador

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Cuando despertó y miró a su alrededor solo vio sangre y cuerpos destrozados, Todos tenían un detalle en común: les faltaba la mano derecha. El asesino se las había llevado, como macabro recuerdo del horrible crimen cometido.

Hizo memoria y recordó que había acudido a la fiesta con sus compañeros de trabajo, Ahora estaban todos muertos.

“¿Por qué me ha respetado a mí la vida?” Imposible saberlo.

“Tienes que irte. Pronto vendrá la policía y comenzarán las preguntas.”

Un sexto sentido le dijo que no debía estar allí cuando ellos llegaran y no dudó en marcharse, tras recoger sus efectos personales y no dejar el menor rastro de su paso por la sangrienta fiesta.

—¡Menuda carnicería! —exclamó uno de los agentes que habían acudido al lugar del crimen múltiple.

Su compañero no respondió, absorto como estaba en la investigación.

—¿Quién ha podido hacer semejante salvajada?

—Un hombre lobo —comentó por fin el segundo agente.

—Imposible. Los hombres lobo desaparecieron hace muchos años. Turman los exterminó a todos.

—Pues ha quedado uno. Mira.

Señaló el cuello de una chica, en el que se apreciaba un profundo desgarro.

—Puede tratarse de un animal salvaje…

Su compañero sintió una necesidad imperiosa de llamarlo idiota, aunque se contuvo, consciente de que a la gente no le gusta que les digas esas cosas.

—¿Y dónde está?

—Alguien pudo meterlo en la fiesta y llevárselo luego.

—¿Y las manos amputadas? Quizá ya no recuerdes que los hombres lobo solían llevarse un recuerdo de sus víctimas, ya fuera una oreja o un pie. Además, esta pisada es inconfundible.

Señaló la huella impresa en la sangre derramada y se acabaron las dudas del primer agente.

—Hay que llamar a Turman —recomendó el intendente de la policía, cuando los dos agentes presentaron el informe.

—Igual ya no se dedica a esto. Hace muchos años que no se requieren sus servicios.

—Si está vivo, vendrá. En su día juró perseguir a muerte a los licántropos y a ello se ha dedicado en cuerpo y alma.

—¿Por qué los odia tanto?

—Mataron a su mujer y prometió vengarse, exterminándolos.

Llegó a casa y lo primero que hizo fue ducharse. Quería apartar de su mente toda aquella sangre, y tal vez el agua se llevara consigo esa extraña sensación que le sobrevenía cada vez que recordaba los cuerpos mutilados de sus compañeros. Se trataba de una sensación agridulce, difícil de explicar. Tras la ducha fue a la nevera, cogió un refresco y salió a la terraza. Le encantaba tumbarse en una hamaca y tomar el sol.

Entonces las vio: diez manos extendidas en el suelo parecían implorar clemencia.

Un pensamiento se fue abriendo paso en su interior:

“El asesino me ha respetado la vida… ¡Porque el asesino soy yo!”

Tomó asiento en la hamaca y no pudo apartar la vista de aquellas extremidades amputadas, aunque era incapaz de recordar cómo y cuándo lo hizo.

La extraña sensación tomó forma y se convirtió en algo placentero.

—Sin duda es un licántropo joven.

El cazador y su ayudante recorrían el escenario del crimen y Turman llegó a esa conclusión, tras examinar la misma huella que examinó el agente que los acompañaba. Había envejecido, aunque su aspecto continuaba siendo igual de impresionante que antaño. El pelo largo vestía canas y en la cara se le apreciaban las primeras arrugas, pero esos ojos fríos como el hielo eran los mismos de siempre.

—¿Puede tratarse de una nueva generación de bestias? —preguntó su ayudante, un joven que lo miraba con profunda admiración.

—Sin duda. Creía haberlos exterminado a todos, pero me equivoqué. Alguno ha quedado y vuelven a la carga.

—¿Y si los han creado en un laboratorio?

Esa posibilidad preocupó a Turman.

—Sería terrible. La ciencia ha avanzado mucho y ahora cualquier biólogo puede jugar a ser Dios.

—¿Y qué pretenden?

El cazador de lobos miró tenebrosamente a su ayudante.

—¿Conquistar el mundo te parece mal motivo?

—Eso no es posible. Bastaría con dotar al ejército con balas de plata para acabar con la amenaza.

Turman estaba de acuerdo con su joven ayudante, aunque un mal presentimiento le impedía tomárselo con la misma tranquilidad que él.

—¿Qué es esto? —se agachó y recogió algo del suelo— ¿La policía ya no sabe hacer bien su trabajo?

Los dos agentes que lo acompañaban se mostraron sorprendidos y uno de ellos replicó, algo picado:

—Le aseguro que esa caja de cerillas no estaba ahí cuando investigamos el escenario del crimen.

Se trataba de la típica caja de cerillas de propaganda que ofrecen los bares.

—Vayamos a este sitio —comentó Turman.

—¿Y si es una trampa? El asesino ha regresado al escenario del crimen y la ha dejado para tendernos una trampa —aventuró el policía.

La mirada que le dedicó el cazador hablaba por si sola de lo que pensaba:

“Este inepto no sabe hacer bien su trabajo y busca excusas para camuflar su incompetencia”

—Aún no ha nacido el hombre capaz de tenderme una emboscada —alardeó Turman con prepotencia.

Pero es que al asesino no podía considerársele un hombre…

El tugurio anunciado en la caja de cerillas era un nido de parásitos, delincuentes y chusma en general.

Los dos cazadores entraron y todas las miradas convergieron en ellos. Las damas presentes en tan distinguido antro podían haber intervenido en una película de brujas, y los caballeros no habrían necesitado maquillaje para actuar en la 5467 temporada de Walking Dead.

—¿Qué os pongo? —preguntó el camarero, un tipo con barba hasta el pito y aspecto de no haberse lavado en un año.

—Una copa de cianuro para mí y otra de ácido sulfúrico para mi compañero —pidió Turman y el barman soltó una siniestra carcajada.

—Tienes sentido del humor, viejo, pero ahora lárgate antes de que me enfade y te eche a patadas.

El cazador lo agarró de la barba y le estampó la cabeza contra la barra.

—Préstame atención, chivo o te afeito en seco.

Un impresionante cuchillo apareció en su mano. La empuñadura tenía la forma de una cabeza de lobo y los “distinguidos” clientes del local, que habían iniciado un movimiento para ayudar al barman, salieron en estampida cuando la vieron.

—¡Cazadores de lobos! —gritó alguien y el local se vació, cual lupanar visitado por la Asociación de Esposas Ultrajadas.

Truman soltó al chivo y le mostró la caja de cerillas.

—¿Quién ha perdido esto en un lugar poco recomendable?

El barman sacó una tarjeta de visita de uno de los bolsillos de su chaleco y se la dio.

—Me dijeron que se la diera al hombre que viniera preguntando por esta caja de cerillas.

—¿Qué aspecto tenía ese hombre? —quiso saber el cazador, guardando la tarjeta.

—No era un hombre.

Turman lo miró sorprendido.

—¿No?

—Se trataba de una mujer.

Tampoco era nada extraordinario. Los hombres lobo solían utilizarlas de mensajeras o intermediarias, ya que se fiaban más de ellas que de sus compañeros de sexo.

—Gracias.

Los dos cazadores abandonaron aquel antro de mala muerte y el ayudante planteó las dudas y temores que tenía.

—Ahora sí que está claro que se trata de una trampa.

—¿Tienes miedo?

—No, pero lo más sensato sería solicitar el apoyo de la policía.

—No necesitamos la ayuda de esos inútiles. Tenemos nuestras pistolas y es todo lo que necesitamos para neutralizar a cualquier alimaña que se nos cruce en el camino.

No hubo forma de convencerlo y se empeñó en acudir en ese mismo instante a la dirección de la tarjeta.

La noche caía con su pesado manto de oscuridad cuando los dos cazadores llegaron frente a un edificio de tres plantas, situado en las afueras de la ciudad.

—¿Dónde estamos? —preguntó Turman.

—No lo sé, pero esto más bien parece un polígono industrial.

Al veterano cazador se le veía ahora dubitativo, como si no estuviera convencido del siguiente paso que debían dar.

—¿Tienes el informe de la policía?

—Sí, señor.

Su ayudante sacó la copia que le dieron los agentes que se ocupaban de la investigación, y que no habían tenido tiempo de leer al precipitarse los acontecimientos, visita al tugurio incluida.

—¿Dónde trabajaban las diez víctimas del licántropo?

El joven buscó, hasta encontrar lo que su jefe le pedía.

—En un laboratorio de investigación.

—¿Biológica?

—Sí, señor.

—¡Mierda!

—¿Qué ocurre?

—Pues que nos ha engañado a todos. El asesino ha creado al hombre lobo en el laboratorio, como temiamos. Tenemos que detenerlo, antes de que forme un ejército.

Su ayudante quiso lanzar la advertencia por segunda vez, pero su jefe iba lanzado y no atendía razones.

“Quien ha planeado todo esto lo tiene perfectamente organizado. Si nos ha traído hasta aquí es por algún motivo oscuro y desde luego le preocupan muy poco nuestras pistolas con balas de plata”

Lo siguió a regañadientes y poco después entraban en el edificio.

—¡Bienvenidos!

Una mujer joven y bella salió a recibirlos.

—Déjate de bienvenidas y dile a tu jefe que salga —le espetó Turman con malos modos.

—Veo que nuestro temible cazador carece de buenos modales—comentó ella sin perder la compostura—. Hace tiempo que deseaba conocer al exterminador de mi raza.

—¿De tú raza? —preguntó sorprendido, pues jamás había conocido a una mujer lobo.

—¡Claro, hombre! ¿No sabes que ahora se impone la igualdad de sexos?

—No te creo, ni voy a esperar a una noche de luna llena para comprobarlo —aseguró ásperamente y dio un paso hacia ella.

—¡Quieto! —la tajante orden de la mujer lo pilló desprevenido y se detuvo—. Las nuevas generaciones no necesitamos esperar a los días de luna llena para convertirnos. Ahora manejamos la trasformación a nuestro antojo.

Y ante los sorprendidos ojos de los cazadores inició la trasformación, pero sin perder del todo sus rasgos humanos.

—¿Convencido? —le dijo al perplejo Turman, algo que se potenció cuando le habló, ya que los machos perdían todo rasgo humano cuando se trasformaban—. Y ese jefe que buscas soy yo.

Turman reaccionó, y sacando la pistola, le disparó dos veces, alcanzándola en el pecho. Cayó abatida y el cazador se dirigió a su ayudante en tono satisfecho.

—Después de todo ha sido mucho más fácil de lo que…

—¡Cuidado!

El aviso del joven llegó tarde, sobre todo para él, pues una garra penetró en su pecho y le arrancó el corazón de cuajo. Con la víscera aun latiendo en su mano se dirigió al atónito Turman.

—Has perdido reflejos, anciano.

—¡Estoy seguro de haberte alcanzado!

—Y lo has hecho, pero las mujeres tenemos más clase. A nosotras no nos mata una bala de plata… ¡Tiene que ser de oro!

La mujer lobo apretó un botón, y ante los aterrorizados ojos del cazador apareció una interminable fila de hembras licantropas, que parecían invernar a la espera de lanzarse a conquistar el mundo.

—Te he traído hasta aquí para ofrecerte en primicia algo que me consta te producirá una gran alegría.

Le desgarró el cuello a Turman y este murió con la idea de que aquella guerra le iba a salir muy cara a alguien…

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