Esta historia lleva muchos años causando miedo entre los habitantes del municipio colombiano de Ciénaga, así como en sus alrededores. Y es que se dice que esta antigua construcción, ubicada en la calle de Valledupar esquina con el callejón Bucaramanga, siempre ha estado poseída por fuerzas malignas con las que es mejor no tratar.
Sin embargo, hubo alguna vez un hombre al que esto no le importó.
Su nombre era Manuel Varela y llegó desde el Atlántico en el año 1908, dispuesto a prosperar con su empresa e instalarse en la región como el más rico hacendado de todos.
Varela adquirió un gran número de tierras, en las cuelas construyó haciendas y parcelas para montar sus sembradíos de plátanos. Incluso llegó a instalar una línea ferroviaria, con la cual sería más sencillo transportar la cosecha. No obstante, las malas lenguas aseguran que nada de esto habría sido posible sin la intervención de las artes ocultas, a las cuales él era muy asiduo.
Pronto comenzó a llamar la atención de que en la propiedad de Varela, empezaban a desaparecer niños y trabajadores con cierta frecuencia. Ocurría más que nada, cerca de la llamada Mansión Manuelita, una enorme casona de bella arquitectura, en la que el hacendado se había mudado con todos los lujos posibles.
Levantada en 1900, la leyenda afirma que fue construida por el mismísimo Satán.
Y que debajo de la misma, existía (o existe), un largo túnel en el cual Varela ingresaba cada noche, sosteniendo una veladora negra y un pergamino, el cual iba leyendo a medida que caminaba entre la oscuridad. Él y el maligno tenían un peligroso pacto: a cambio de riquezas y poder, y el éxito en cada uno de los negocios que emprendiera, el empresario lo proveería con sacrificios humanos.
Cada muerte, cada desaparición, pronto fueron atribuidas a este demoníaco acuerdo. Nadie se atrevía a acercarse a la Mansión Manuelita y menos por las noches, pues los lugareños juraban que las huestes del infierno se reunían allí para llevar a cabo sus horribles banquetes, devorando a los pobres infelices que eran atrapados entre los sembradíos.
A menudo, también podían escuchar llantos y gritos desgarradores que provenían desde el interior.
El horror pareció llegar a su fin a mediados de los años 50, cuando don Manuel Varela por fin falleció, presuntamente por medio de causas naturales.
Las muertes cesaron pero la gente de Ciénaga aún no podía estar tranquila. Había algo maligno que seguía rondando su lúgubre mansión.
Tras la muerte del amo, la construcción quedó en el olvido, aunque los gritos no cesaron.
Se cuenta que algunas noches se les puede escuchar con más claridad que nunca, a la vez que un olor a azufre brota a través de las ventanas y múltiples ojos rojos aparecen para mirar desde el interior, como espiando a las afueras.
De vez en cuando, la gente asegura ver al mal paseando por los alrededores. A veces en forma de perro negro, otras, en forma de un enano negro que sonríe de modo tenebroso.