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El incesto diabólico

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admin
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Maite era una mujer sumamente atractiva, que vivía con Ruy, su hijo adolescente, en las afueras de cierta ciudad gallega. No solo era bella, sino que además el tiempo parecía correr para ella a un ritmo peculiar, pues aparentaba diez años menos de los que tenía realmente. Sin embargo, se mantenía soltera y solo parecía sentir afecto por su hijo, con quien mantenía una relación muy estrecha. En cuanto al padre de Ruy, ni él mismo conocía su identidad y su madre siempre evitaba hablar del tema.

Una tarde Maite parecía algo nerviosa y Ruy le preguntó el motivo. Ella sonrió y le dijo:

-No pasa nada, es que a veces me preocupo demasiado. Oye, ¿qué tal si hoy vamos al cine para relajarnos un poco?

Ruy aceptó encantado la oferta y, como aún llevaba puesto el uniforme del colegio, subió a su cuarto para cambiarse, mientras su madre usaba su teléfono móvil para reservar las entradas y, de paso, hacer una llamada.

Madre e hijo disfrutaron de la película, pero cuando volvían a casa un desconocido les roció el rostro con un aerosol de gas somnífero. Al despertarse estaban tumbados sobre una cama, atados, amordazados y completamente desnudos. Cuando vio que sus víctimas se habían despertado, el secuestrador le inyectó a Ruy un poderoso estimulante sexual y empezó a grabarlos con una videocámara.

El incesto diabólico

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El muchacho no pudo resistir los efectos de aquella droga y acabó eyaculando en el vientre de su madre. Entonces el secuestrador interrumpió la grabación y se marchó con la videocámara, no sin antes decirles a sus víctimas:

-Descansad un ratito, porque cuando vuelva grabaremos otra película. Estos vídeos porno valen mucho en la Deep Web.

Cuando aquel hombre se hubo marchado, Maite consiguió desatarse, tras lo cual liberó a Ruy y lo abrazó con cariño. El muchacho no pudo contener las lágrimas y le dijo a su madre, con la voz entrecortada por el llanto:

-¡Lo siento, mamá! ¡Siento mucho lo que te he hecho!

-Tranquilo, tú no tienes la culpa de nada. Ahora tenemos que irnos de aquí, antes de que vuelva ese miserable.

-Pero, ¿no vamos a llamar a la policía?

-¡De eso nada! Para empezar, el muy cerdo se ha llevado nuestros móviles. Además, si lo denunciáramos, todo el mundo se enteraría de lo que ha pasado aquí. Lo que debemos hacer es volver a casa y olvidarnos de que esto ha sucedido.

Se vistieron apresuradamente y abandonaron aquella casa por la puerta trasera.

Ya era de noche cuando volvieron a su hogar. Una vez allí, Maite le dijo a Ruy:

-Por si acaso, voy a ir a la farmacia de guardia, para comprar la píldora del día después. Tú espérame aquí y recuerda que no debes hablar de esto con nadie.

Cuando Ruy se quedó solo, una idea turbadora asaltó su cerebro. Para mantener el incesto en secreto, debía borrar el vídeo antes de que el secuestrador lo difundiera. Así pues, abandonó su hogar antes de que volviera su madre y corrió hacia la casa donde habían estado secuestrados. Se escondió en el jardín y esperó el retorno del secuestrador. Cuando lo vio llegar, se arrojó sobre él, sin darle tiempo a sacar la pistola que llevaba en el bolsillo.

Tras tirarlo al suelo y quitarle su arma, el enfurecido muchacho le dijo:

-¡Hijo de puta, dame la cámara o te pego un tiro!

El hombre le dijo:

-En la cámara no hay ninguna película, imbécil. Todo esto lo planeó tu querida mami.

-¡Mientes! ¡Eso no tiene sentido!

-Veo que no sabes absolutamente nada. Antes de que nacieras, tu mamá y yo formábamos parte de un grupo dedicado al estudio de las ciencias ocultas. Ella era la más rica de todos nosotros y consiguió un libro prohibido, cuyas enseñanzas le permitieron invocar a cierto demonio primordial. A continuación, le ofreció su cuerpo al demonio, a cambio de que él le insuflara suficiente energía para retrasar su proceso de envejecimiento. Y tú naciste como consecuencia de ese coito. Con el paso de los años, la energía se fue debilitando y Maite empezó a envejecer. Pensando que podría recibir una nueva inyección de fuerza rejuvenecedora acostándose contigo, me ofreció dinero para que fingiera secuestraros. Por eso os fue tan fácil escapar: yo mismo había aflojado las ligaduras de Maite, para que pudiera desatarse cuando quisiera.

Al oír esto, Ruy, loco de rabia, mató al secuestrador de un tiro. Pero luego se tranquilizó y abandonó aquella casa con una sonrisa siniestra en los labios. Su yo diabólico había despertado.

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