Era el hombre aquél, que todas las noches, al apagar las luces y dormirse la madre de la criaturita humana, entraba silencioso, sudando con placer y exhitación, se sentaba en el borde de la cama y le acariciaba sus partes prohibidas.
Ella intentó gritar y el tapó su boquita con sus fuertes e inmensas manos.
El monstruo no era yo, lo juro, era ese asqueroso humano.
La siguiente noche lo esperé tras la puerta, me hice lo más grande que pude, y con mis ojos rojos de ira, lo hice darse vuelta por el crujir de la madera del frío y helado parqué ante mis pisadas.
Ahogó un grito mudo, el que ahogué con mis manos apretando su cuello, mientras caía al piso inerte, sin vida, con los ojos abiertos de terror.
A la mañana siguiente encontraron al sucio y ruin, muerto de un infarto, misteriosamente con el miembro afuera de su pantalón.
Mi niña seguía dormida como un ángel.
Créditos a quien corresponda…