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La deuda

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admin
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De joven, mi sueño siempre fue ser madre. Pero como si fuera una cruel broma del destino, resultó que yo no podía quedar embarazada. Perdí la cuenta del dinero que gasté, de los médicos que visité. Especialistas, tratamientos experimentales… Lo intenté todo, pero sin ningún éxito.

Al final, ya sin esperanzas reales, exploré alternativas menos “tradicionales”. Una amiga me recomendó ir a cierto pueblo en el estado de Veracruz, famosa por los supuestos “hechiceros” que viven ahí. Claro que al principio me reí de aquella sugerencia.

Bien conocía yo a varios charlatanes que vivían de robarle dinero a personas desesperadas como yo, gente sin escrúpulos, vendiendo mentiras a aquellos que quisieran escucharlas. Pero mi amiga insistió en que esta persona, conocida como la “milagrosa Caritina” realmente tenía la facultad de hacer que las cosas pasaran, ella podía dar fe de eso, aunque no me explicó a que se refería. Me anotó en un papel la dirección de la dichosa mujer, y a los días, me encontraba rumbo a aquel pueblo.

La deuda

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No podía apartar de mi mente la sensación de que todo esto solo iba a ser una pérdida de tiempo y dinero, aunque, a decir verdad, no es que el dinero importara. En realidad, estaba ya cansada de todo esto. Mi esposo no lo decía abiertamente, pero yo empezaba a sospechar que estaba por abandonarme. Vivíamos holgadamente, pero aquello no valía nada si no lográbamos concebir. El deseaba un hijo, un heredero. Y yo deseaba sentir vida dentro de mí, el calor de un pequeño bebé entre mis brazos. Así que, con dudas y todo, llegué a aquel viejo pueblo.

Aunque todavía era de mañana cuando llegué, el cielo era de un gris pálido y muy luminoso. Mis ojos tardaron mucho en acostumbrarse a esa luz plateada. Pregunté en diferentes sitios de taxis, buscando a alguno que pudiera llevarme hasta la dirección de la “milagrosa Caritina”, pero, por alguna extraña razón, fue muy complicado. Varios me decían que no ubicaban el lugar o que no sabían cómo llegar, sin embargo, yo percibía que en realidad se negaban, aunque no entendía el porqué.

Estuve caminando mucho tiempo hasta que decidí hablar con una de las tantas señoras que ofrecían lectura de mano en las mojadas calles de aquel pueblo veracruzano. También ella se mostró reacia, pero al ver el par de billetes que le extendí, accedió a ayudarme. Me hizo acompañarle por una serie de callejones bastante sucios y malolientes, atestados de personas de semblante hostil y que me miraban como si yo fuera un pedazo de carne. No importaba, parecía estar cerca de obtener aquello que había ido a buscar.

La deuda

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Después de varios minutos de una intensa caminata, empezaba a perder la paciencia. Incluso me pareció que estábamos caminando en círculos por aquellas sórdidas callejuelas. Había secciones donde las miserables construcciones estaban tan juntas que no se podía ver aquel cielo plateado, era como si caminara en un túnel, sofocante y oscuro.

Finalmente, llegamos a una calle particularmente oscura, a pesar de que yo podía ver el cielo cubierto de aquel manto gris, era como si la luz no alcanzara a llegar hasta al suelo, rehuía aquella desolación. La casa la milagrosa Caritina -si se le podía llamar así a aquella construcción recubierta de piedras sucias y negras- era especialmente decrépita.

De no ser porque a través del cristal sucio se veía una luz anaranjada, la casa podría pasar por deshabitada. Le ofrecí a la charlatana que me había llevado hasta ahí darle el doble de dinero si me esperaba; realmente no habría podido regresar sola si lo hubiera intentado, así de enrevesado había sido el recorrido. Aquella mujer accedió de mala gana, pero me pidió que me apurara.

Hizo un par de ademanes extraños al verme cruzar aquella puerta de madera podrida que se abrió antes de que yo pudiera tocar.

Al entrar a la casa, fui golpeada por un horrible hedor, tan denso que parecía casi tener consistencia. Tapé mi nariz con la manga de mi abrigo, luchando por no vomitar. En casi todo el miserable mobiliario de aquella casa había velas encendidas, principalmente de color negro y de diferentes tamaños.

La deuda

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El zumbido de moscas llenaba el ambiente de la casa, que estaba sumida en un silencio sepulcral. En una mesa había una gran cantidad de fotografías de mujeres y de hombres, incluso de niños.

Muchas estaban atadas con lazos rojos, otras tenían rayones de color negro en los ojos y otras más, la boca cocida con hilo negro. Los sucios frascos, llenos de toda clase de fluidos nauseabundos,se apilaban en esa mesa; todo era horrible y vomitivo.

La luz anaranjada de las velas volvía todo aún más horrible y aterrador, tuve que resistir el impulso de salir huyendo de ahí.

Ese lugar parecía ser el origen de una maldad sin límites. Yo no sabía gran cosa de brujería, pero un aura de odio impregnaba el lugar. Aun suponiendo que la mujer fuera una farsante, todos aquellos trabajos y preparados me asquearon.

Más allá, en el borde de la mesa, había una vasija de cobre en la que reposaba un corazón crudo, cubierto de moscas y otros insectos. Estaba incrustado de una gran cantidad de clavos oxidados y rodeado con sal. De repente aquel corazón pareció latir y yo aparté la mirada, conteniendo las arcadas. Al alzar la cabeza, me encontré casi de frente a una pequeña anciana, tan arrugada que parecía tener 200 años. Yo retrocedí instintivamente, perseguida por la mirada de aquella mujer. Antes de que yo pudiera hablar, la milagrosa Caritína levantó su mano y habló con su ronca voz de bruja.

“Ya sé porque estás aquí. La respuesta a tu pregunta es si, puedo hacer que tengas a tu escuincle. Pero… ¿puedes pagar el precio?”

Aquello me convenció. La mujer claramente tenía algún tipo de talento, y decidí aguantarme el asco.

Empecé a sacar mi cartera, pero la anciana me detuvo.

“No hablo de dinero, necia. Yo curaré tu vientre marchito, pero tienes que pagarme con algo a la par”

Su mano huesuda empezó a remover entre todos aquellos nauseabundos frascos que tenía en la mesa. Halló uno y luego me señaló con un dedo tan reseco que parecía una rama.

“Un alma por otra alma, en este caso, un escuincle por otro escuincle. ¡Eso es lo que tienes que pagar!”

Diciendo aquello, estalló en carcajadas tan cacofónicas que parecían más bien la risa de alguna hiena salvaje, de algún reptil rastrero y horrible. Se me heló la sangre, mi instinto me gritaba que huyera de ahí, pero recordé por lo que había ido. No importaba lo que costara si yo iba a tener un hijo.

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Al ver que yo seguía ahí, la mujer deformó su rostro con una mueca que intentaba ser una sonrisa, pero era tan espantosa que tuve que hacer acopio de toda mi fuerza para no salir corriendo de aquella guarida de bruja. Temblando, me paré frente a la mujer y le tendí la mano.

Ella la tomó, y al momento sentí un relámpago de dolor ascender por mi brazo. La vieja tenía una pequeña daga con un extraño diseño. Me pareció que la hoja era de algún tipo de cristal negro, y su empuñadura estaba rematada con un pequeño cráneo. Se veía increíblemente antigua.

En un pequeño frasco metió algo que parecía copal humeante, unas hojas de una hierba indeterminada, y usando el borde del frasco, rompió y vertió algo así como un huevo. Pero aquel huevo no era normal, dentro, envuelto en una baba sanguinolenta, había una especie de bicho a medio formar.

Tenía la forma de un feto, aunque no sabría decir de que animal. Acercó aquello a mí y sosteniendo mi mano, hizo que unas gotas de mi sangre cayeran dentro. Un humo denso e increíblemente apestoso surgió del recipiente y yo quise apartarme, pero la vieja bruja apretó mi brazo con una fuerza increíble y me obligó a aspirar todo aquello. Mis fosas nasales ardieron y sentí el vómito ascender por mi garganta, sin embargo, no pude abrir la boca.

Me ahogaba, pero la horrible anciana no cedió. Soltó mi mano y puso su reseca garra en mi vientre. Vi a mis hermanas, todas ellas con tres o más hijos; mi madre y abuela que, a su vez, habían tenido hasta 8 hijos. Y de alguna manera, como si estuviera dentro de mi propio cuerpo, pude ver mi útero, que estaba árido como un desierto. Vi una mano -la de la vieja bruja- descender desde un cielo sin sol y entrar en aquella tierra seca.

Cuando entró, empezó a revolver violentamente, rascando y removiendo. De alguna manera, yo sentí todo: una mano extraña y helada dentro de mí, que quemaba con el ardor del fuego.

Escuché nuevamente la voz de la bruja:

“Cuando tengas a tu hijo en brazos, debes darme el alma de otro niño. No hace falta decirte lo que sufrirás si no lo haces”

Un nuevo estallido de dolor surgió y creció en mis intestinos, hasta que algo se rompió dentro mí. Sentí que mis piernas se doblaban y una luz muy brillante me cegó por completo. No resistí. Caí al suelo y empecé a sumirme en la negrura de la inconsciencia. Pude ver la cara de la vieja bruja.

Ella sonrió durante todo el proceso.

Desperté en el parque central del pueblo, ya era bien entrada la tarde. No supe como llegué hasta ahí, pero estaba sentada en una de las bancas. Un policía me miraba sospechosamente, como si yo fuera una ebria. Mi vientre dolía.

¿Realmente había pasado todo aquello?

Busqué mi bolso, que afortunadamente aún conservaba. Me paré con dificultad, y comencé a buscar a alguien que pudiera orientarme. Traté de acercarme a un par de esas mujeres charlatanas que leían la mano, pero literalmente huyeron de mí en cuanto me vieron, asustadas. Una de ellas hizo un signo extraño con una mano. Mi cabeza dolía mucho.

¿Será que aquella vieja me había drogado?

Tal vez tenía que poner una denuncia con la policía. Empecé a buscar el papel con la dirección, sin encontrarlo. Me acerqué al sitio de taxis donde originalmente había solicitado el servicio, y todo lo que obtuve fue burlas e insultos. Todo me parecía irreal.

Según ellos, yo nunca había estado ahí.

¿Sería posible que hubiera imaginado todo?

Me estaba asustando y de repente sentí muchas ganas de vomitar. Si aquello había sido real o no, no quería seguir en aquel pueblo. Durante todo el trayecto de regreso no pude sacar de mi mente todo lo que había visto, o creía haber visto.

Nunca había sentido tanto dolor ni miedo. Pero las personas nos sobreponemos a todo. Al cabo de un par de días, todo ese episodio parecía resuelto. Empezaba a olvidarlo cuando, un día sin previo aviso, las nauseas comenzaron. Dos estudios de sangre después, lo imposible sucedió. Estaba embarazada.

Una vez escuché una frase. “No hay nada más aterrador que un milagro”. Nunca había estado de acuerdo. Uno siempre trata de racionalizar lo que le sucede, por más inexplicable que parezca. Cuando el doctor me dijo que estaba embarazada, habló de un milagro, y yo pasé de la incredulidad al miedo.

¿Significaba que lo que había pasado en aquel miserable pueblo había sido real?

Durante algunas noches me había planteado la posibilidad de que en realidad yo nunca había estado ahí. Quise preguntarle a mi amiga, pero ella lo negó todo. No importaba. El miedo dio paso a la felicidad. Mi sueño se estaba cumpliendo.

Con el tiempo, terminé convenciéndome a mi misma de que seguramente alguno de los tratamientos había dado resultado. Y terminé olvidando todo aquel suceso en el pueblo.

Los meses pasaron y un día de abril, tuve a mi hermosa hija en mis brazos. En ese momento tuve un recuerdo vago de lo sucedido en casa de la vieja bruja, pero lo deseché de inmediato.

¿Cuál era la probabilidad de que aquello realmente fuera la causa?

En el mundo real, eso no pasaría, ni en un millón de años. Así que seguí adelante con mi recién iniciada vida de madre.

Después de tres años con mi hija, mi felicidad había sido plena. Pero justo cuando estaba planeando la fiesta de su tercer cumpleaños, todo mi mundo comenzó a desmoronarse con una sola pregunta que mi hija, con la inocencia de un ángel, me hizo durante el desayuno:

“Mami, ¿quién es la milagrosa Caritina y por qué dice que va a venir por mi para que me vaya a vivir con ella?”

Ahora, mientras ella duerme, mi mano se acerca a la bolsa que he preparado. En ella hay una cuerda, una máscara y un cuchillo. Cerca de casa hay una escuela, un preescolar. La verdadera pregunta es…

¿Tendré el valor para defender a mi hija y pagar mi deuda con la milagrosa Caritina?

Historia original de Adrian Plancarte

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