Mientras la pálida luna arrojaba un brillo espeluznante sobre el desolado cementerio, tres jóvenes aventureros se atrevieron a probar los límites de lo sobrenatural. Dos mujeres jóvenes, con el corazón palpitante de emoción, y un joven valiente, vacilante pero intrigado, se reunieron alrededor de una vieja lápida, con sus manos temblorosas agarrando una tabla de espíritus improvisada: la infame Ouija.
El viento susurraba a través de las antiguas lápidas, llevando consigo una presencia escalofriante que parecía despertar los espíritus dormidos de los fallecidos hacía mucho tiempo. El aire se volvió pesado, como si la atmósfera misma contuviera el aliento anticipando la comunión prohibida que estaba a punto de tener lugar. Con temor, el trío colocó sus dedos ligeramente sobre la desgastada tabla de madera, la puerta de entrada al otro reino.
La noche se desarrolló como una escena de una novela de terror cuando comenzaron a hacer preguntas, sus voces apenas eran más que un susurro, pero transportadas por el viento en ecos etéreos. Las palabras surgieron de sus bocas, mezclándose con los inquietantes susurros del entorno y atrayendo inexplicablemente lo invisible.
De repente, la atmósfera cambió. Las lápidas parecían brillar con una luminosidad espeluznante, proyectando sombras fantasmales que danzaban bajo la tenue luz de la luna. El aire se volvió gélido, provocando que un escalofrío recorriera sus espinas, incluso cuando se formaban gotas de sudor en sus cejas. Se les puso la piel de gallina y sus nervios estaban electrizados por una fuerza oculta.
Una presencia, inicialmente sutil, ahora se materializó en el cementerio. Las lápidas parecieron vibrar con una energía invisible y las manos del trío temblaron bajo el peso de la plancheta. Sus corazones latían en sincronía con los pasos fuertes que imaginaban en la distancia.
Con cada pregunta, sus voces se volvieron más audaces, más desesperadas por una respuesta. Los espíritus, sintiendo su vulnerabilidad, susurraron oscuros secretos en sus receptivos oídos. Los ojos de las mujeres se abrieron con miedo, reflejando el miedo grabado en el rostro del joven, pero ninguna se atrevió a retroceder.
Entonces, como si el reino de los vivos y los muertos se hubiera fusionado momentáneamente, un grito espeluznante atravesó el sombrío silencio. El suelo debajo de ellos tembló como si la tierra misma protestara por su blasfema intrusión.
Su comunicación con el otro lado había despertado una fuerza malévola. Las sombras se retorcían y contorsionaban, alargándose como dedos esqueléticos que surgían de las profundidades del infierno. Una ráfaga de viento antinatural apagó el suave resplandor de la luna, hundiendo el cementerio en un abismo negro como boca de lobo.
Desesperados por escapar, los jóvenes hurgaron en la oscuridad, cegados por el terror. Sin embargo, como una pesadilla sin fin, los espíritus se acercaron y su presencia sofocó el aire. La risa triunfante de los no-muertos resonó por los caminos laberínticos del cementerio, ensordeciendo sus sentidos y aplastando sus espíritus.
Y en ese escalofriante momento de desesperación, los tontos jóvenes se dieron cuenta del precio que habían pagado por jugar con los espíritus: sus almas reclamadas para siempre por el reino de pesadilla que los esperaba.