La tumba olvidada
 
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La tumba olvidada

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admin
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Registrado: 3 años antes

Al momento que la vi, me di cuenta que era una tumba abandonada, ya terminaba el día de muertos y era la única que no estaba adornada, era la última del panteón, casi al borde de un profundo zanjón; la maleza rodeaba la maltrecha cruz, ya de por sí roída por el paso del tiempo.

Mis hermanas y yo creo tuvimos el mismo pensamiento y comenzamos a quitar la maleza de la cruz y del suelo, no había gaveta, si aquella vieja cruz no estuviera hubiera creído que era terreno sobrante del panteón.

Al dejarla totalmente limpia, nos dimos cuenta que la cruz no tenía datos escritos que revelaran la identidad de quien descansaba en aquella tumba, era imposible saber quien yacía bajo nuestros pies, pero nos sentíamos satisfechos de haber realizado aquella acción.

Antes de retirarnos del panteón fui de nuevo hasta la tumba y le dije:

– No sé quién eres, ni qué edad tenías al morir, pero mientras venga a visitar a mis familiares, te prometo que limpiaré tu tumba.

Durante el recorrido a casa, mis hermanas y yo tocamos el tema de las tumbas olvidadas y fue inevitable sentir nostalgia y tristeza por aquellos difuntos que se van y nadie los visita más.

El sol comenzaba a ocultarse y las sombras de la noche nos sorprendieron a medio camino, las pronunciadas y cerradas curvas se cubrían de una neblina común en esa zona, encendí las luces y las intermitentes y avancé despacio.

De pronto, un tronido y un golpeteo en el pavimento nos alarmaron, se había reventado la llanta delantera del lado del copiloto y como pude, logré estacionarme en una cuneta, pero quedaba medio carro dentro del carril, por lo que mis hermanas avanzaron unos metros hacia atrás y hacia adelante del vehículo y con sus celulares comenzaron a hacer señas a los conductores para que avanzaran despacio.

De inmediato, saqué la llanta de refacción e intenté quitar los birlos de la llanta ponchada. Estaban muy pegados, como si se hubieran fundido al acero con la fricción o con el paso del tiempo, mis hermanas desesperadas me decían que me apresurara, todo era estrés, la cruceta no hacía ceder ninguno de los birlos.

Desesperado grité:

– ¡!Pues ayúdenmee!!

De repente, un golpecito en mi espalda me hizo voltear y había un hombre parado detrás de mí, quien de inmediato me dijo:

– Entre los dos seguro los aflojamos, toma una parte de la cruceta y yo la otra, a las tres, uno….

Al decir tres, ambos empujamos hacia la misma dirección y el birlo cedió, y así los demás, hasta lograr quitar la llanta y poner la de refacción. Mientras apretaba el último birlo le dije:

– Muchas gracias por la ayuda, si vas para Tepic te damos un aventón.

Lo que me contestó me dejó helado:

– Yo aquí me quedo amigo, ¿Cómo no ayudar a quienes limpiaron mi tumba?

Petrificado de miedo volteé intentando encontrar una explicación a ese comentario, pero ya no había nadie, aquel hombre había desaparecido, mis hermanas seguían gritando desesperadas que me apresurara, les hice la seña de que se subieran al auto y continuamos el camino.

Sólo para estar seguro de lo que acababa de pasar, les pregunté si habían visto a alguien caminando acercarse al auto, ellas me dijeron que no, entonces entendí que el agradecimiento trasciende más allá de la muerte, más allá de la tumba, aquella tumba que ya no sería en adelante la tumba olvidada del panteón.

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