Kurupi se parece a un indígena retacón, ojos casi desorbitados, piel áspera y enteramente cubierto de pelos.
Tiene su morada en cavernas inaccesibles.
Se presenta como un niño de tan baja estatura que aparenta un enano. Es un personaje fuerte como un toro y con unas manos muy poderosas que son capaces de estrangular.
De rostro lampiño y feo, se ven como pinceladas de manchas sucias, amarillentas, negras y marrón. Una cara cortada por grandes bigotes, de ojos negros, saltones e hipnóticos, de orejas terminadas en punta, con dientes que se tornan azules o verdes.
Lleva una melena larga, lacia, con mezcla de colores, que varían según la posición del sol.
La gente afirma que el kurupi, rara vez se deja ver, pero vive desnudo como los indios.
El Kurupi
Se caracteriza por poseer un desarrollo exagerado en su órgano viril, que lo lleva enroscado a la cintura como si fuera un lazo y lo utiliza como arma ofensiva y defensiva. Le permite enlazar con él a las personas que quiere llevar y lleva, además, a veces, en la mano un bastoncito.
Dicen que es difícil descubrir sus huellas, puesto que parece que cada pie tiene dos talones opuestos.
Gusta mucho de las mujeres y tiene por hábito perseguir a las doncellas desprevenidas que se aventuran andando solas fuera de la casa, por el sembradío o por el bosque buscando leña.
Utiliza su miembro viril cómo lazo para atraparlas cuando quieren escapar de él, para saciar sus instintos sexuales, las posee o las deja enloquecidas o muertas.
Este genio en contadas oportunidades se deja ver en cualquier parte. Pero realiza su aparición con frecuencia a la hora de la siesta.
Dicen que la mujer para salvarse de él, debe cortarle el miembro con un cuchillo o subir a la copa de un árbol frutal, únicamente así se puede contener su lujuria.
Generalmente es muy irrespetuoso con los hombres, pero si alguien le cae en gracia le confiere la inmortalidad.
Es protector de las huertas, de las cosechas y de todos los árboles del bosque, a los que defiende, especialmente de los hombres, a quienes castiga por derribar los árboles sin necesidad, condenándolos a vagar por siempre en el bosque, sin hallar salida ni camino para volver a casa.