Mi cabeza da vueltas, y mi estómago se revuelve. Me siento en la cama con dificultad. Llevaba años sin tener una resaca tan mala como esta. Me recordaba haber encontrado con mis amigos, pero, tras el segundo bar, todo se volvía negro. Me enrollé con alguien. Creo que su nombre era Carla. Tras unos minutos, volvió del baño, no se la veía mucho mejor de cómo yo me sentía.
—¿Cómo estás? —pregunté.
—Muy mal. —Se sentó al borde de la cama—. Gracias al cielo hay taxistas. La última cosa que recuerdo es esa tienda de tatuajes…
Incliné mi cabeza.
—¿Qué…? ¿Tienda de tatuajes?
Carla me miró y señaló mi mano; tenía un nuevo tatuaje. La piel alrededor de los dibujos aún se veía roja e irritada. Era algún tipo de símbolo, como una runa o algo así.
—Intenté impedir que te lo hicieras.
—¿Pero qué rayos? No recuerdo nada de esto. ¿Qué cosa es?
—Una siniestra vieja en el bar, con la cual habíamos hablado sobre tatuajes, dibujó eso en una servilleta y te la dio a ti. Era un antiguo símbolo para la buena suerte. Lo siguiente que recuerdo es que fuimos a un sitio de tatuajes y que te hiciste eso.
Volví a mirar el símbolo de nuevo.
—¿Buena suerte? Espero que funcione.
La cabeza de Carla se giró hacia mí. Sus ojos abiertos se tornaron negros. Sus boca mostró unos colmillos de perro enfadado. Había dejado de ser una mujer, era una criatura.
—Sigues vivo, ¿no?
